martes, 29 de julio de 2008

El despertador

Me emborracho de ti.

Bebo todas y cada una de tus palabras.

Sorbo poco a poco todos y cada uno de tus besos.

Recuerdo el suave tacto de tus largas manos.

El modo en que recorres mis nalgas y, a continuación, mis piernas.

El momento en el que introduces tu dedo índice en mi ombligo y el escalofrío que recorre mi espalda en ese instante.

Me pierdo en el mar infinito de tu mirada.

Me engancho a tu pícara sonrisa.

Dejo que cuentes todos y cada uno de mis lunares.

Comienzo a marearme cuando muerdes el lóbulo de mi oreja.

Cierro los ojos y los abro justo cuando suena el despertador.

El tren VI

La mayoría de las personas consideran que no se puede huir de los problemas, ya que éstos siempre te persiguen allá donde vayas. Sin embargo, Lucía estaba convencida de que la clave está en correr más deprisa que tus crueles perseguidores. Por eso tomó la decisión de mudarse a Valencia con su padre y la aborrecida Marga. Sabía que era muy egoísta por su parte abandonar de aquella manera a su pobre madre; pero no habría soportado ni un momento más continuar viviendo en la ciudad que había sido testigo de sus momentos más felices y, al mismo tiempo, de sus días más amargos.
Su aborrecimiento hacia cualquier medio de transporte que se desplazara sobre raíles no había hecho más que aumentar tras la muerte de Salva. De ahí que su primera opción para mudarse a Valencia fuera coger un avión. Desafortunadamente, no quedaban billetes para ese fin de semana y sus prisas por abandonar la capital de España hicieron que finalmente transigiera y aceptara viajar en el famoso ALARIS.
Sólo que esta vez, cuando montó en el habitual tren, no lo hizo con miedo ni con rencor; porque sabía que, en esta ocasión, el asesino de Delfín la alejaría de sus más dolorosos recuerdos. Por supuesto, sintió un nudo en el estómago al ver a su madre hecha un mar de lágrimas en el andén, pero sabía que alejarse de Madrid era la única opción que tenía si quería continuar con su vida.
El tren, finalmente, arrancó y, conforme abandonaba la estación, una gran sensación de alivio comenzó a invadir a la joven muchacha. No podía explicarlo, pero sabía que todo iría bien a partir de entonces.
El encapotado cielo no tardó demasiado en comenzar a descargar su brutal aguacero. Miró por la ventana. La lluvia caía incesantemente, desdibujando el paisaje, mientras el tren avanzaba implacable hacia su destino. Gruesas gotas de agua resbalaban por el cristal, paralelamente a las lágrimas que comenzaban a abandonar sus celestes ojos.
Apoyó la mejilla en el frío cristal de la ventana y, poco a poco, una gran sensación de paz fue invadiendo a la dulce joven, que, por primera vez en muchos meses, consiguió dormir plácidamente sin que ninguna macabra pesadilla la perturbara.
Es curioso, ¿no creéis? A veces nuestros más terribles enemigos se convierten en los únicos capaces de salvarnos. Toda realidad es susceptible de una doble interpretación: El tren de la muerte puede transformarse en el tren de la vida.

lunes, 28 de julio de 2008

Adiós, pequeña, adiós

Cuando, por primera vez, vi "El indomable Will Hunting" creí firmemente que Matt Damon y Ben Affleck eran dos auténticos superdotados. Con el tiempo, comencé a cambiar de opinión y pasé a considerar que Matt Damon era el único superdotado de la citada pareja y que Ben Affleck no era más que un actor, supuestamente guapo, incapaz de interpretar de manera convincente otro papel que el del típico Ken (novio de la muy famosa Barbie), al que su muy amigo Matt había otorgado el inmerecido honor de ganar un óscar como mejor guionista.
Pues bien, después de ver esta genial película no me queda otra que retractarme de todo lo anterior y quitarme el sombrero ante un enorme director y un tío muy inteligente que, consciente de sus limitaciones interpretativas, ha tenido el acierto de ceder todo el protagonismo a su hermano Casey, que, como ya acostumbra, borda el papel de investigador privado de tercera dispuesto a llegar al fondo del asunto en lo que al secuestro de una niña de cuatro años, hija de una drogadicta, se refiere. El acierto del mayor de los hermanos Affleck no se limita a su labor como director y co-guionista a la hora de adaptar a la gran pantalla la novela del autor de "Mystic River", sino que sabe, además, rodearse de un genial grupo de actores, algunos de ellos, ampliamente consagrados (como Morgan Freeman o Ed Harris) y, otros, jóvenes promesas cinematográficas cada vez más consolidados en el mundillo hollywoodiense (como el hermanísimo Casey Affleck, la conmovedora Michelle Monaghan o la visceral Amy Ryan). Así, sobre una cuidada dirección, un guión a prueba de balas y unas actuaciones extremadamente reales, Affleck no sólo nos ofrece una muy bien entretejida trama policíaca, sino que, adicionalmente, consigue retratar a la perfección la humanidad de todos y cada uno de los personajes que conforman esta historia, consiguiendo que el espectador recorra una amplia gama de sentimientos encontrados y contradictorios a lo largo del metraje de este film. En definitiva, una gran película, se mire por donde se mire, capaz de revolver las tripas a cualquiera y que no dejará indiferente a nadie.

El tren V

Así fue como Lucía cumplió dieciocho años y, poco después, comenzó la carrera de Farmacia; circunstancia que aprovechó para reducir los viajes a Valencia a un fin de semana al mes, pues, tal como argumentó ante su padre, el incremento de la carga lectiva y académica que suponía el salto a la universidad no le permitiría seguir con el ritmo semanal de visitas que había llevado hasta entonces.
Sus dos primeros años en la Complutense fueron de los más felices de su vida. Es cierto que entre las clases, las prácticas y las horas que debía dedicar al estudio, si no quería perder curso, no le quedaba mucho tiempo libre, pero siempre disfrutaba al máximo del mismo en la compañía de Salva. Además, aunque lamentaba ver menos a su padre, se alegraba de haber reducido sustancialmente sus viajes en tren y, por supuesto, de haber disminuido el número de horas en las que tenía que aguantar a la maravillosa Marga. Por eso, la desgracia la cogió esta vez totalmente desprevenida.
Acababa de llegar a casa y, mientras se comía rápidamente un sándwich antes de volver a la universidad, puso las noticias. Primero, las últimas novedades de la actualidad política del país. A continuación:
“Un joven de 23 años ha fallecido a las 8:45 a.m. al ser arrollado por un convoy de metro en la estación de Alonso Cano, correspondiente a la Línea 7 de Metro, después de que otro joven de 27 años le empujara a las vías, al parecer, sin mediar palabra.
El joven, identificado como Víctor M.G., permanece detenido en dependencias de la Comisaría de Chamberí, según informaron fuentes de la Jefatura Superior de Policía de Madrid. Se baraja la hipótesis de que el chico, que carece de antecedentes, padezca algún tipo de trastorno psicológico…”
“¡Dios mío! ¡Cómo está el mundo! ¡Y encima en mi barrio! ¡Mierda! Llego tarde otra vez”. Y salió disparada hacia la universidad. En ningún momento pensó que el fallecido pudiera ser alguien conocido. Por eso, al llegar a casa por la noche, se extrañó tanto al encontrar en su salón a los dos compañeros de piso de Salva, más pálidos que un cadáver y con evidentes signos de haber estado llorando.
“¿Estáis bien? ¿Ha pasado algo?” “¿Es que no has visto las noticias?” No necesitó mucho más para comprender lo que había sucedido. La habitación comenzó a dar vueltas a su alrededor mientras los dos muchachos le relataban lo ocurrido. Lo último que vio Lucía fue la imagen de Delfín saltando a la vía del tren, sólo que en esta ocasión no había sido su perro el arrollado por un ferrocarril.
Ni todos los psiquiatras y psicólogos del mundo habrían sido capaces de acabar con sus pesadillas, pobladas de crueles trenes asesinos que aniquilaban todo lo que ella había amado alguna vez. Los somníferos, ansiolíticos y antidepresivos no consiguieron erradicar su profundo dolor. Todos y cada uno de los rincones de Madrid y, sobre todo, de su edificio le recordaban sin cesar que Salva ya no estaba allí y que nunca volvería. Habría preferido mil veces ser sustituida por otra mujer, como le había sucedido a su madre, porque al menos así existía la remota posibilidad de volver a estar juntos algún día.

sábado, 26 de julio de 2008

El tren IV

Pero el tiempo pasó y la bella muchacha continuó viviendo su rutinaria existencia sin que ningún acontecimiento digno de mención la sobresaltase. Y así cumplió diecisiete años a bordo del tren dominical que la traía de regreso a la capital de España. Y fue allí, en la estación de Atocha, el día de su cumpleaños, donde vio por primera vez a Salva. Ella, que nunca había creído en el amor a primera vista, sintió cómo las flechas de cupido traspasaban su maltrecho corazón, mientras sus celestes ojos se prendían irresistiblemente de la mirada color miel de ese alto y atractivo desconocido, al que jamás creyó que volvería a ver.
Por eso, cuando, al día siguiente, la portera de su bloque le presentó a uno de los estudiantes universitarios que habían alquilado el piso de enfrente del suyo, casi se desmaya al comprobar que aquellos ojos que ahora le sonreían eran los mismos que había contemplado la noche anterior, poco después de bajar del tren. Aunque en aquella ocasión fue incapaz de decir algo más que un simple “Encantada de conocerte”, hubo otros muchos encuentros entre ambos, con sus consiguientes ocasiones para entablar largas y estimulantes conversaciones, y, sólo tres meses después, Salva y Lucía eran ya novios formales.
Fue en esa época cuando el odio de la muchacha hacia los trenes creció de forma exponencial, multiplicándose hasta el infinito; pues, ahora, además de aquellos aciagos recuerdos, representaban el alejamiento de su primer y único amor. Sin embargo, esos dos días y medio que pasaban alejados cada semana eran la única sombra capaz de oscurecer su recién estrenada felicidad. Ni siquiera los desequilibrios anímicos de su madre eran ahora capaces de entristecerla; pues, al tener a alguien con quien compartir sus penas y problemas, éstos se minimizaban hasta casi desaparecer por completo.

miércoles, 23 de julio de 2008

El tren III

Lucía y los trenes lograron convivir pacíficamente durante un cierto período de tiempo, a pesar de que ella jamás olvidaba todo el dolor que los mismos le habían causado. No obstante, el armisticio no duró demasiado; pues, poco después de cumplir diez años, un viernes, cuando viajaba a Valencia, su madre la llamó al móvil para comunicarle la muerte de su querida y dulce abuelita. La entrañable viejecita había muerto de un infarto dos horas antes a bordo del Regional que la llevaba de vuelta a su pueblo, después de pasar las vacaciones navideñas con su hija y su nieta.
Es cierto que Lucía y su “yaya” sólo se veían dos o tres veces al año; pero el amor que sientes por una persona, en la mayoría de las ocasiones, no es proporcional al tiempo que pasáis juntos. Unas semanas al año pueden resultar más que suficientes para conocer y querer a alguien, sobre todo si esa persona tiene una sonrisa capaz de iluminar el rincón más negro del más oscuro túnel. Al fin y al cabo, si no hubiera sido por su abuelita, las Navidades sólo habrían sido una de las peores épocas del año; el momento en que su madre siempre recaía en la depresión de la mujer abandonada y despechada, los días en los que Lucía más echaba de menos una figura paterna que arrancara la botella de cava de las avaras garras de su madre para evitar que acabara vomitando en medio del pasillo, mucho antes de conseguir alcanzar la taza del wáter. Afortunadamente, “mamá Gloria” siempre estaba allí en esos momentos, si no para evitar la borrachera de su hija, sí para remediar sus consecuencias y, sobre todo, para lograr que su nieta fuera capaz de dormirse a pesar de los estentóreos gemidos y lamentos de su progenitora. Su abuela siempre creyó que eran los cuentos de princesas y dragones, brujas y hadas madrinas, duendes y demás seres fantásticos los que obraban el milagro; nunca supo que una sola de sus sonrisas era más que suficiente para sosegar los descontrolados latidos del corazón de su pequeña nieta.
Lucía sabía perfectamente que un infarto es una de las muertes más naturales que existen, pero en su fuero interno estaba convencida de que “la maldición de los trenes” había vuelto a atacar, cobrándose una nueva víctima. No obstante, no le quedó más remedio que seguir conviviendo con el cruel asesino, viajando en él dos veces por semana y esperando con auténtico pavor el próximo ataque.

martes, 22 de julio de 2008

Mis canciones del lunes

Porque, aunque todavía no haya perdido ningún avión, yo también hay cosas que me merezco por tonta.



Porque fue la canción con la que Zahara terminó el concierto de ayer en el Búho Real, aunque el vídeo es de un concierto anterior. Y porque yo también quiero encontrar a mi propio chico fabuloso.

El tren II

Sí, Lucía odiaba los trenes y no sólo por la gran cantidad de horas que pasaba a bordo de ellos, sino porque todos sus malos recuerdos estaban asociados con este horripilante medio de transporte; comenzando, como no podía ser de otra manera, por el divorcio de sus padres.
A pesar de que ella sólo tenía cuatro años, todavía recordaba perfectamente, como si hubiera ocurrido ayer, el día en que acompañó a su madre a la estación de Atocha para despedir a su padre, un importante abogado que iba a Alicante por motivos de trabajo. “Sólo estaré fuera una semana, cariño. Y, cuando vuelva, te llevaré al zoo para que veas esos delfines que tanto te gustan”. Ni su madre ni ella pudieron imaginar que la semana se convertiría en un mes y, ese mes, en dos y que, cuando finalmente regresara a casa, sería para presentarles a la jovencísima y bellísima Margarita Ochoa Gutiérrez, la primogénita de su cliente alicantino. Desgraciadamente, su padre no había vuelto para llevarla al zoo, sino para pedir el divorcio.
Así que, desde bien pequeña, Lucía identificó los trenes con las múltiples promesas incumplidas de su padre, con la enorme depresión de su madre y con esa sensación de desamparo y abandono que siempre la había acompañado desde entonces.
No mucho tiempo después, cuando ella acababa de cumplir siete años, otro tren se encargó de arrebatarle al que, hasta entonces, había sido su único amigo: Delfín. Supongo que no es un nombre demasiado habitual para un perro, pero a Lucía siempre le habían gustado estos mamíferos acuáticos; por eso, cuando su padre le regaló un bonito cachorro de cocker spaniel inglés, pensando que así podría paliar el dolor que la ausencia paterna provocaba en su hija, ella no dudó ni un momento en cuál era el nombre con el que quería bautizarlo.
Es evidente que un perrito, por muy fiel y amistoso que sea, nunca podrá suplir el amor y los cuidados de un padre, pero a Lucía le habría sido mucho más difícil sobrellevar su existencia sin la inestimable ayuda y compañía de Delfín. El lindo cocker no sólo se convirtió en su compañero de juegos, sino también en su gran confidente; aquél a quien contaba todos sus problemas y preocupaciones, sus miedos y temores, sus escasas alegrías y sus grandes penas. Sin embargo, no tuvo la precaución de explicarle a Delfín lo malos y perversos que pueden resultar los trenes.
Así fue cómo, uno de los múltiples viernes en que su madre y su dulce perrito la acompañaron a coger el ALARIS que la llevaría a pasar el fin de semana con su padre, que ya entonces se había mudado a Valencia con su recién estrenada mujercita, Delfín, aprovechando los abrazos y últimos besos de despedida de Lucía y su madre, se alejó de ellas persiguiendo una llamativa mariposa. Y así, corriendo tras el alado y colorido insecto, saltó a la vía del tren, en el preciso momento en que éste hacía su triunfal entrada en la estación, arrollándolo sin compasión, mientras Lucía sólo tenía tiempo de cerrar los ojos para no contemplar el macabro espectáculo.
Tardó mucho tiempo en olvidar tan nefasto accidente e hizo el firme propósito de no volver a acercarse a una estación de ferrocarril; pero los adultos no suelen respetar los deseos de los niños y, dos semanas después de la muerte de Delfín, su madre la arrastraba de nuevo hacia Atocha y la obligaba a montar en aquel ALARIS asesino. Eso sí, aconsejada por el psicólogo al que la llevó para que superara su trauma y que era partidario de enfrentar a las personas con sus miedos más arraigados. Lucía, como no podía ser de otra manera, lloró, pataleó y gritó todos los viernes y todos los domingos en los que la obligaban a viajar en aquella máquina infernal; pero, tres meses después, acabó resignándose a su suerte y se alegró al comprobar que el viajar en tren sin armar ningún espectáculo supuso la ventaja de dejar de acudir a la consulta de aquel estúpido psicólogo, empeñado en demostrarle que Delfín no había sido su mejor amigo, sino un mero animal de compañía.

lunes, 21 de julio de 2008

Mi canción del sábado

Porque el suyo fue de largo el mejor de todos los conciertos que vi en el Summercase. Y porque Paul Banks es uno de los hombres más perfectos que he visto nunca: vaya lunares más bien puestos, vaya ojos, vaya boca, vaya voz, vaya forma de tocar la guitarra, vaya letras, vaya estilazo.

El tren I

Miró por la ventana. La lluvia caía incesantemente, desdibujando el paisaje, mientras el tren avanzaba implacable hacia su destino. Gruesas gotas de agua resbalaban por el cristal, paralelamente a las lágrimas que comenzaban a abandonar sus celestes ojos.
No era la primera vez que Lucía viajaba en tren. En realidad, siempre había tenido la sensación de haber malgastado gran parte de su corta vida sobre las vías de un ferrocarril. Claro que eso es lo normal cuando eres hija de padres divorciados que comparten tu custodia y viven en diferentes ciudades. De lunes a viernes, Madrid. El viernes por la tarde coges un tren para llegar a Valencia, donde te espera un largo fin de semana con tu padre y su nueva y flamante esposa. Y, después de algo más de dos días fingiendo que no desearías ver a Marga fulminada por un rayo, de nuevo el tren, esta vez en sentido contrario, para volver a enfrentarte a tu gris existencia semanal.

domingo, 20 de julio de 2008

Mi canción del viernes

Porque el suyo fue el concierto que más me gustó de los que vi el viernes en el Summercase. Porque esta canción me encanta. Porque en directo molan un huevo. Y porque creo que me he enamorado de Ricky Wilson.

Viaje al infinito XI

5 de marzo de 2734:

“– 3R4280 lo logrará. Él podrá advertir a los demás. Su disco duro contiene toda nuestra historia, toda la historia de la destrucción de la humanidad, nuestros errores y fracasos y también todos nuestros aciertos. No hay nada que se pueda hacer por nosotros. Ya es demasiado tarde. Todo está perdido para los hombres. Pero sabemos que hay seres inteligentes en otros planetas. Ellos verán esto y aprenderán. Aprenderán a evitar nuevos desastres, nuevos sufrimientos, nuevas destrucciones.
-Pero quizás aún no sea demasiado tarde. Quizás hay esperanza todavía. Aún no conocemos bien el funcionamiento del tiempo. Quizás ellos sepan retroceder al pasado y arreglarlo todo. Quizás no todo está perdido.
-Puede que tengas razón, pero en todo caso dependemos de nuestro amiguito y no arreglaremos nada huyendo de nuestro hogar para morir en algún lugar del infinito espacio.”

¡Dios mío! ¡Ahora lo recuerdo! ¡No soy uno de ellos! ¡Ellos me crearon!
“La primera máquina capaz de pensar y sentir por sí misma, como si de un humano se tratase; pero sin estar sometido a las penalidades de las enfermedades o de la muerte. Una máquina indestructible e invulnerable a cualquier tipo de virus informático.”
Eso fue lo que dijeron en mi presentación a la sociedad. Eso y muchas otras alabanzas más.
Sí. Me dieron la capacidad de pensar, de aprender, de sentir, de amar, incluso de creerme un ser humano; pero también la capacidad de sufrir y la suficiente inteligencia como para saber que en este eterno viaje sin rumbo fijo hacia el infinito no habrá nada ni nadie que me acompañe, excepto mis remordimientos por no haber sido capaz de cumplir la única misión que mis creadores y amigos me encomendaron.
Supongo que ellos nunca fueron lo suficientemente inteligentes como para darse de cuenta de que un ser con la capacidad de sufrir nunca debería ser indestructible y eterno.

jueves, 17 de julio de 2008

Cambios

A veces todo cambia y, al mismo tiempo, todo permanece igual. Es una sensación extraña y difícil de explicar. En poco tiempo, todo es diferente; pero, en el fondo, sigues siendo la misma, a pesar de la metamorfosis que has experimentado o, quizás, gracias a ella. Intentas fechar el momento en el que todo comenzó, pero te parece una tarea imposible. Tampoco sabrías decir cuándo terminó. De hecho, aunque parezca lo contrario, sabes que es ahora cuando comienza todo. Tú eres la primera que tiene miedo de los cambios; pero, a veces, los buscas con desesperación. No entiendes a la gente que se queda parada en un punto. Necesitas caminar hacia adelante o volver hacia atrás o, simplemente, salirte del camino trazado y correr entre la maleza. Buscas y buscas sin parar y, en cuanto encuentras algo, pasas a perseguir el siguiente objetivo de tu lista. Siempre habrá cosas pendientes. Eso es lo que más te gusta de la vida: las infinitas posibilidades que la misma ofrece, siempre muy por encima de lo que has sido capaz de imaginar. Te montas en la noria universal y das vueltas sin parar, contemplando el mundo desde diversos ángulos siempre cambiantes. A veces crees que has llegado demasiado alto y el vértigo se apodera de ti. En otras ocasiones la noria te parece demasiado pequeña y deseas bajarte y buscar otra más grande que consiga elevarte hasta el cielo. Cuando la atracción de feria se acelera, el estómago se te sube a la garganta y, por un instante, piensas que vas a vomitar. Cuando, sin previo aviso, la máquina se detiene sueles impacientarte e increpas al feriante responsable de su funcionamiento. Disfrutas de la velocidad de crucero, aunque no siempre estés conforme con la misma. Girar, girar y girar, siempre, sin parar.

Mi canción del día

Porque pasado mañana espero verlos en directo (todo depende de lo que decida la mayoría, que para eso estamos en una democracia). Y porque desde ayer me siento una chica muy afortunada. Demasiado. Y porque me encanta esta canción.

Viaje al infinito X

4 de marzo de 2734:

"–Sabes de sobra que nosotros no podríamos sobrevivir. La nave no está hecha para eso. Tardará más de mil años en llegar a su destino. ¿Qué ganaríamos subiéndonos en ella?
-¡No quiero morir! ¡No estoy preparada para ello! ¡Soy demasiado joven!
-¿Prefieres morir en mitad del espacio, lejos de tu casa, lejos de tu gente, lejos de todo lo que quieres y conoces, lejos de tu planeta?"

¿Por qué yo sí estaba preparado? ¿Por qué yo resistiría el viaje? ¿Por qué yo no estoy muerto si ya hace más de dos mil años que comencé mi interminable travesía?

martes, 15 de julio de 2008

Mi canción del día

Y sigo con el repaso del cartelazo del Summercase. Hoy, Maxïmo Park:




¡Dios! ¡Qué ganas de verlos en directo!

Viaje al infinito IX

3 de marzo de 2734:

Pero ya era demasiado tarde. Víctor lo sabía. María quería pedir ayuda, pero Víctor estaba convencido de que ya era tarde para nosotros. ¿Por qué era tarde? ¿Por qué no intentaron salvarse? Eran mis amigos. Yo los quería. ¿Por qué no vinieron conmigo?

lunes, 14 de julio de 2008

La Manga

Recorremos la carretera sin final.

Unas veces volamos y otras nos paramos.

Y, por fin, la humedad marina del atardecer nos recibe jubilosa y nos envuelve con su pegajoso abrazo.

Paseamos por la fresca noche y nos sumergimos en el batiburrillo de las tiendas costeras.

Me levanto y camino casi a tientas por el pasillo hasta llegar al salón.

Frente a mí, el Mar Menor se extiende en todo su esplendor.

Bajamos a la playa y nos sumergimos en el Mediterráneo.

Nos secamos, caminamos por la orilla y nos abrasamos.

Charlamos en la terraza mientras los grillos entonan su cántico.

Surcamos las aguas del Mar Menor a bordo de un pequeño velero.

Nos bañamos en El Barón.

Comemos el tradicional caldero.

Y, finalmente, volvemos a recorrer la infinita carretera directas a Madrid.

Mi piel sedienta, resacosa después de la borrachera de sol, ansía más y más crema; mientras mi mente sigue evocando las imágenes de un fin de semana inolvidable.

Gracias Blanqui. Gracias Elenita.

Mi canción del día

¡Ya tengo mi abono para el Summercase! Bueno, en realidad tengo el justificante de compra y me falta recoger el abono. En fin, que seguimos repasando el cartel. Hoy, Dorian:

Viaje al infinito VIII

2 de marzo de 2734:

Aunque, quizás, alguien me encuentre y finalmente logre cumplir mi objetivo. Rezo cada minuto para que así ocurra y, sobre todo, para que cuando suceda no sea demasiado tarde.

jueves, 10 de julio de 2008

Cassandra's dream


Ahora que se acerca peligrosamente el estreno de "Vicky Cristina Barcelona" quizá sería conveniente repasar los motivos por los que no hay que perderse la última película del siempre genial Woody Allen y qué mejor forma de hacerlo que a través de su anterior film.
Es cierto que "Cassandra's dream" es la más floja y menos ocurrente de los films que conforman la llamada trilogía londinense. No obstante, desde mi punto de vista, es necesario partir de una premisa básica: una mala película de Woody Allen le da cien mil vueltas al 90% del resto de las películas y precisamente éste es el principal argumento por el que no pienso perderme las andanzas de Javier Bardem, Penélope Cruz y Scarlett Johansson.
Una vez afirmado todo lo anterior, los principales motivos que se me ocurren para ver la película a la que se refiere este post son los siguientes:
1) Como en todas las películas del neurótico neoyorkino, la factura técnica es real y absolutamente impecable.
2) La banda sonora, una vez más, resulta sublime y especialmente adecuada para las imágenes que se nos muestran.
3) Allen sigue descubriéndonos la belleza de Londres y sus alrededores.
4) Por primera vez en su carrera, Colin Farrel abandona su imagen de sex symbol y se descubre a sí mismo como un gran actor dramático.
5) El gran Woody sigue diseccionando las relaciones de pareja, pero esta vez también aborda temas nuevos o apenas tratados en sus películas anteriores: la relación entre hermanos, la lealtad familiar, el poder del dinero, la ambición...
6) Y, por último, está el final, realmente cojonudo.
En definitiva, si eres fan de Allen tienes que verla.

Mi canción del día

Y volvemos al repaso del cartel de Summercase. Espero que al final pueda ir, que si no...

Hoy tocan The Kooks:

Viaje al infinito VII

1 de marzo de 2734:

Ayuda. Tengo que pedir ayuda. ¡Ésa es mi misión! Encontrar un planeta con vida inteligente. Pedir ayuda para la Tierra.

¡La Tierra! ¡Ése es mi origen! ¡De ahí es de dónde procedo!

Pero la nave se averió y ahora transita por el espacio infinito a la deriva, sin rumbo fijo y sin que yo sea capaz de manejarla.

He fracasado. Nunca llegaré a mi destino. Nunca encontraré la ayuda necesitada. Los hombres pereceremos víctimas de nuestra propia inconsciencia y de nuestro espíritu autodestructivo sin que yo sea capaz de hacer nada por evitarlo.

miércoles, 9 de julio de 2008

Mi canción del día

Porque desde que la oí me sentí identificada con esta canción.

Viaje al infinito VI

28 de febrero de 2734:

Voces. Gritos. Miedo. Una gran explosión. Millones de muertos. Sangre. Putrefacción. Dolor. Desesperanza. Muerte. Más muerte. Sólo muerte. Todo está perdido. Todo está perdido.

Las imágenes se reproducen una y otra vez en mi cerebro.

¿Estuve yo allí? ¿Realmente formé parte de ese horror?

martes, 8 de julio de 2008

El Tiempo II

"Zahorí" es el segundo álbum de El Tiempo y el disco con el que los conocí. Un álbum mucho más maduro que el primero, lleno de poesía y de grandes melodías. Un disco que me ha acompañado en múltiples momentos de mi vida y que siempre que me pierdo termino escuchando para encontrarme.

Os dejo con algunas pequeñas muestras de su genialidad.

1. No hay forma.
Quise encontrarte
Como antes sin llamarte
Pero es el precio
Por dudar aquel instante.
Rasgué los nombres
Y vendí todos tus versos
Que ya no es cierto
Que tus ojos tengan dueño.
Y no hay forma de que tú vuelvas.
Y no hay forma de que tú vuelvas.


2.El instante.
Siniestra canción que entiendo al revés
No puedo cambiar, tan sólo esperar
A que vuelva a oír tu voz.


3.Donde sólo existas tú.
Lo sé
He bebido de las aguas de ayer
Donde tu reflejo engaña, llévame
Donde sólo existas tú.


4.Medianoche.




5.Manos blancas.
Di en el bar
Que me cierren la entrada
Quiero estar sereno
Cuando llegue el alba
Pierdo el norte
Cuando estoy drogado
Y a veces despierto
Sobre tu tejado.


6.Marzo.
Que envuelvan tus ojos
Las sedas del tiempo
Que guarden mi mar
Sólo soy en ti.


7.Mirar al norte.
Porque no hay nada que perder.
Si ahora tú te vas no te seguiré
Quién dice que he de hacer
Lo que escrito está
Lo que es mi deber.


8.¿Y qué hago yo?




9.La misma historia.
Esta lluvia interna
Que nunca se para
No me deja ser feliz.


10.Quien quiera hablar.
Ojos tristes de color extraño.
En tu voz hay miedo
Yo no te haré daño
Ven conmigo
No me ahogues tanto.
Si aire hay en mi vida
Yo seré tu manto.


11.A contraluz.
Mis manos atadas quieren escribir
Un poema para que tú vuelvas.
Por eso yo os diré.
Que no quiero dormir
Porque de madrugada
Me marcharé de aquí.
Y sin saberlo tú
Me iré tras tu ventana
A verte a contraluz.
A verte a contraluz.


12.Volver atrás.
Hoy quiero explicarte si puedo
Por qué ayer traté de escapar.
Si todo lo digo silbando
Tal vez nadie entienda mi mal.
Hoy no puedo mentirte
Me hace daño olvidar
Hoy tus manos son tristes
¿Quién las va a acariciar?


13.Ayer te vi.
Entiendo que estás aquí
Calmando esos miedos
Si quieres perderte en mí
Tendrás que vencerlos.
Ayer te vi.
Sé que es un absurdo
Eras mi espejo al fin,
Lejos del mundo.

Mi canción del día

Porque las chicas grandes no lloran. Lástima que yo sea tan pequeña.

Viaje al infinito V

27 de febrero de 2734:

Sé que hubo una importante avería. Algo falló en el sistema de navegación; pero, ¿qué fue?

domingo, 6 de julio de 2008

Guerra psicológica

El tenis fue el primer deporte al que me aficioné. No recuerdo por qué empecé a verlo, aunque supongo que porque cuando era pequeña me tragaba cualquier cosa que echaran en la tele. Nadie me explicó nunca las reglas del juego. Puede que eso fuera lo que me enganchó al principio. Tardé varios partidos en enterarme de todo; pero, finalmente, lo conseguí. Luego vinieron ellas: Steffi, Conchita y, por supuesto, Arancha. Steffi era la mujer de hielo, todo técnica y precisión. Conchita no llegaba a su nivel, pero le ponía más corazón. Y qué decir de Arancha: nunca daba un punto por perdido, corría a por bolas imposibles y luchaba hasta el final con uñas y dientes. Las tres disputaron grandes batallas entre ellas, con ganadoras diferentes en cada ocasión y consiguieron que amara este deporte. Ellas fueron las que me enseñaron lo importante que es el factor psicológico en el tenis y que no siempre gana el mejor, pero sí el que más busca la victoria. Después vino Pete. Con su saque y sus voleas era capaz de aniquilar la moral de cualquier rival. Hacerle un break resultaba prácticamente imposible y en cuanto cometías el más mínimo error ante él estabas muerto. Después fueron Martina y las hermanas Williams. La primera, una niña prodigio con una técnica perfecta y consciente de su superioridad que, finalmente, acabó derrumbándose psicológicamente. Y es que es difícil estar en la cima y más cuando tienes una madre que te trata como si fueras un robot. Y las Williams, rivales y hermanas, las primeras en ofrecer una alternativa ante Martina, todo físico y una técnica aceptable, además de un gran producto de márketing. Después de Pete no hubo ningún chico que me interesara realmente. Todos caían como moscas después de alcanzar la cumbre. Reyes pasajeros indignos de ocupar el trono vacante de Sampras. Y, entonces, apareció Federer. ¿El mejor tenista de todos los tiempos? Puede, pero a mí nunca me ha enganchado. Demasiado frío, demasiado perfecto. Y, sin embargo, incapaz de conquistar la tierra batida de París. Y en ella fue donde me enamoré de Rafa. La primera vez que le vi jugar comprendí que era una versión masculina y mejorada de Arancha. Le faltaba técnica, mucha técnica, pero le sobraba corazón y coraje y no tenía miedo de nadie, ni siquiera del omnipotente Federer. Todavía recuerdo la cara del suizo cuando el manacorí osó arrebatarle el único Grand Slam que le faltaba. Hacía tiempo que no me divertía tanto. Luego vinieron las otras batallas, casi siempre ganadas por Nadal, que en un tiempo récord se hizo con el número dos del mundo. Mejoró su técnica, pero ahí no radicaba su secreto. La clave, como en el caso de Arancha, residía en correr detrás de cada pelota como si le fuera la vida en ello, en ganar puntos imposibles, en crecerse ante la adversidad, en minar la moral de sus adversarios y en no rendirse nunca. Se proclamó rey indiscutible de la tierra batida, pulverizando todos los récords. Pero eso no le bastaba. Necesitaba dominar la hierba y concentró en ello todos sus esfuerzos. Llegó a dos finales de Wimbledon; pero, en ambas ocasiones, Federer impuso su técnica. Hoy ha sido diferente. Hoy Rafa ha conseguido hacer temblar al hombre de hielo, que ha acabado viendo tierra donde sólo había hierba. No ha resultado fácil. Roger ha opuesto toda la resistencia que ha podido. Se ha rehecho cuando todos le daban por muerto y, por un momento, ha conseguido que todos estuviéramos seguros de que ganaría su sexto título. Pero Rafa ha ido a lo suyo. No se ha dejado amilanar, ni siquiera después de perder los dos tie breaks. Esta vez el suizo también le ha puesto corazón; pero Rafa ha vuelto a demostrar que no siempre gana el mejor, sino el que más desea la victoria y, sobre todo, el que tiene más fe. Hoy he vuelto a vibrar con el espectáculo londinense, con una final para enmarcar, con una encarnizada y despiadada guerra psicológica. Esta noche Federer volverá a tener pesadillas con Nadal, mientras yo sueño con este mágico momento.

Mi canción del día

Y seguimos repasando el cartel del Summercase. Hoy Sex Pistols, que me siento rockera.

Viaje al infinito IV

26 de febrero de 2734:

¡Entregar un importante mensaje! ¡Eso es lo que me encargaron!

A medida que pasan las horas, mi mente parece más despejada y poco a poco consigo rescatar algunos recuerdos.

No obstante, aún soy incapaz de recordar el contenido del mensaje o quién era su destinatario. En realidad, ni siquiera soy capaz de recordar quién me lo entregó.

sábado, 5 de julio de 2008

Mi canción del día

Sigo repasando el cartel del Summercase y escojo ésta para hoy. Mítica mítica, como diría mi sister.

Promesas

Siempre me ha parecido curioso el tema de las promesas. Hay mucha gente que tiene la mala costumbre de prometer cosas que luego no puede cumplir. Yo, cuando le prometo algo a alguien, suelo cumplirlo. Pero la cosa cambia cuando me prometo cosas a mí misma. A ver si me explico. Cuando le prometo algo a alguien procuro que sean cosas que pueda cumplir y, una vez que lo he prometido, trato de no faltar a mi palabra por todos los medios. El problema es que tiendo a prometerme cosas a mí misma que, en el fondo, no quiero cumplir. Trataré de poner algunos ejemplos. Soy una persona con múltiples defectos. Algunos de ellos no me molestan en absoluto, como mi cabezonería. Sé que a veces me trae problemas, pero otras se convierte en mi mejor virtud. Pero también hay cosas que detesto, como mi egoísmo, tanto con las cosas materiales como con mi tiempo. Tampoco me gusta ser una criticona o una cotilla, pero lo soy. Y da igual cuántas veces me prometa que voy a cambiar, al final, nunca lo hago. Y es que lo del egoísmo me sale solo, aunque no quiera, y lo de criticar y cotillear, aunque sé perfectamente que está mal, es demasiado divertido, sobre todo, cuando lo hago con mi hermana o con Jorgito. Y luego están mis múltiples adicciones. La adicción a sacar libros de la biblioteca, mi adicción a comprar más libros de los que puedo leer, mi adicción a comprar ropa barata que realmente no necesito, mi adicción a quedarme despierta hasta las tantas haciendo cosas que podría hacer por el día, mi adicción a bajarme música de internet, mi adicción al cine, mi adicción a coleccionar recuerdos...De vez en cuando me prometo que no volveré a ser víctima de estas adicciones, que no dejaré que vuelvan a dominarme, pero siempre termino cayendo. Devuelvo un libro de la biblioteca y me saco dos porque me llaman desde las estanterías. Obligo a mi padre a que se suscriba a una colección de Stephen King y disfruto viendo cómo sus obras se acumulan a mi kilométrica lista de libros pendientes de lectura. Voy al Factory y, aunque resisto la tentación en las primeras tiendas, acabo arrasando en el outlet de Mango. Me acuesto como pronto a las 3 de la mañana y algunos días a las 6, cuando los pajaritos comienzan a cantar y la gente se levanta para ir a trabajar. Cargo el emule hasta los topes y consigo llenar el disco duro de mi ordenador en un pis pas. Voy al cine todas las semanas echen lo que echen o atraco a mi tío y me llevo a casa, nada más y nada menos, que 11 películas que, en su mayoría, me veo a las tantas de la mañana, que por el día no tiene tanta gracia. Guardo cualquier chorrada que me encuentro y que asocio a algún momento de mi vida y las acumulo en cajas que ya casi no caben en mi armario. Y cada vez que caigo en alguna de mis tentaciones me prometo que la próxima vez seré fuerte y resistiré, pero cuando llega el momento caigo como una tonta. Y es que, en el fondo, disfruto demasiado con mis pequeños vicios como para abandonarlos de modo definitivo, por muy absurdos que puedan resultar.

Viaje al infinito III

25 de febrero de 2734:

Ahora estoy seguro: Yo me presenté voluntario para realizar una importante misión; pero, ¿cuál es mi cometido?

viernes, 4 de julio de 2008

Mi canción del día

Porque si todo va bien dentro de un par de semanas los estaré viendo en vivo y en directo. Y porque me encantan estos chicos. Y porque es una buena canción de desamor.

Viaje al infinito II

24 de febrero de 2734:

No sé cuándo comenzó mi viaje, ni si el mismo tiene programado algún destino o final.

¿Fui yo quien voluntariamente accedió a embarcar en esta nave o alguien me introdujo en ella a la fuerza?

¿Alguna vez tuve algún compañero de viaje o siempre he estado solo viajando hacia el infinito?

jueves, 3 de julio de 2008

Mi vídeo del día

Porque, si todo va bien, en quince días estaré viendo a las hermanas Deal en vivo y en directo. Y porque el vídeo recopila algunos de los mejores viajes por carretera de la historia del cine. Y porque me encanta la canción.

Viaje al infinito I

23 de febrero de 2734:

Me gustaría ser capaz de recordar.

Saber quién soy, de dónde vengo y hacia dónde me dirijo.

Miles de voces e imágenes se agolpan en mi cabeza. Si al menos fuera capaz de distinguir los recuerdos de los simples sueños o imaginaciones…

martes, 1 de julio de 2008

Laura

Laura es un ser extraño y oscuro, un demonio del que intenta escapar a cada minuto. Es fría y calculadora y no sabe lo que significa la palabra moral. Aún así sabe distinguir lo que está bien de lo que está mal y suele optar siempre por lo segundo. Le gusta jugar con la gente, intenta manipular a los demás como si fueran marionetas. Se siente identificada con Petter el Araña; aunque ella, en lugar de imaginar historias, prefiere contemplarlas. También le gustan los personajes de Espido Freire, solamente porque son tan inmorales como ella. Claro que Laura nunca ha llegado tan lejos como éstos, nunca ha tenido el valor que se necesita para matar a alguien, por mucho que le haya fascinado siempre la idea de acabar con una vida humana, de ir en contra de los designios divinos, suponiendo que Dios exista realmente. Sí ha conseguido provocar algunos pequeños desastres, peleas entre sus compañeros de clase o de trabajo, rupturas sentimentales, que los justos pagaran por los pecadores...minucias comparadas con los logros de los personajes de la Freire, pero es que Laura no es tan especial como Espido y su mente no llega a ser tan retorcida. Por eso tiró "Irlanda" a la basura poco tiempo después de leerlo, porque era la prueba viviente de todo lo que ella nunca sería capaz de hacer. Después de dos meses sin ser capaz de quitarse la maldita novela de la cabeza optó por leer todos y cada uno de los libros de la escritora vasca. Quizá pudieran servirle de inspiración. Curiosamente fue uno de sus ensayos el que logró el tan buscado objetivo. ¿Qué era más difícil: matar a otro o matarse a sí mismo? ¿Qué cabrearía más al Todopoderoso? Su vida resultaba demasiado tediosa. Ni siquiera sus maquiavélicas intrigas laborales eran capaces de despertar su interés y, tras lograr que Paco dejara a su amada y fiel esposa, incluso el sexo carecía de cualquier tipo de atractivo. Por fin descubrió "Cuando comer es un infierno" y la idea del lento suicidio comenzó a abrirse paso en su mente. Acabar consigo misma iba no sólo en contra de los designios divinos, sino también de los planes del mismísimo Lucifer. ¿Había algo mejor que ir en contra de los designios del cielo y del infierno? ¿Qué ocurriría con su alma si conseguía cabrear a Dios por quitarse la vida que Él le había concedido y a Satanás por dejar de cometer las maldades que le había encomendado? Por supuesto, podría haberse suicidado como una persona normal, pero eso resultaba demasiado sencillo y Laura era una mujer complicada y casi imposible de entender. Podía haber optado por cualquier comportamiento autodestructivo, pero decidió que un cóctel de todos ellos sería lo más apropiado. Así fue cómo comenzó a fumar un mínimo de dos cajetillas al día. También comenzó a tomarse una par de whiskies por las noches, número que incrementaba exponencialmente los fines de semana, acompañándolos de un poco de coca o de alguna que otra pastilla no legalizada. También comenzó a tirarse a desconocidos, siempre y cuando éstos aceptaran su condición de no utilizar ningún tipo de protección. Lo de la bulimia fue lo que más le costó. No resultaba agradable meterse los dedos para provocarse el vómito. Afortunadamente, después de un par de cenas pantagruélicas logró que las náuseas y el vómito aparecieran solos. ¿Cuánto tardará en morir? Se pregunta mientras contempla los ángulos cada vez más pronunciados de su pálido rostro.

Mi vídeo del día

Porque hoy he escuchado esta canción dos veces. Porque me encanta este vídeo. Porque adoro la gimnasia artística. Porque ya mismo son las olimpiadas de Pekín. Porque nunca vi a Nadia Comaneci.