viernes, 14 de marzo de 2008

Ni una maldita lágrima

Isobel hacía más de dos meses que no derramaba ni una maldita lágrima. Al principio pensó que era bueno y que significaba que no tardaría en olvidarse de Marcos. Sin embargo no pasó mucho tiempo antes de que se diera cuenta de que su pena se había transformado en odio. Odio hacia sí misma por haberse dejado atrapar por las garras del amor. Odio hacia Marcos por haberla cautivado con sus múltiples encantos. Odio hacia la zorra que salía con él. Odio hacia la gente que se casaba y que la invitaba a bodas a las que era probable que también acudiera Marcos, lo que la obligaba a inventar múltiples excusas para justificar su ausencia en tan alegres acontecimientos sociales. Y odio hacia la humanidad, así, en general. Lo malo del odio es que, a diferencia de la pena, que se te acumula en los ojos y en el corazón, lo malo del odio, como decía, es que se reconcentra en el estómago. Así que Isobel ya no lloraba, pero tenía que afrontar duras digestiones y una creciente acidez. Estos pequeños, pero sumamente molestos, problemas físicos hacían que siempre estuviera de mal humor. Ya no le apetecía salir, ni quedar con sus amigos, ni siquiera le apetecía echar un polvo con algún desconocido. A veces pensaba en emborracharse, pero en cuanto se tomaba un par de copas acababa vomitando. Sus problemas estomacales amargaban su existencia y la obligaban a comer cada vez menos. Esto la llevó a perder cinco kilos en tres semanas, con lo que su aspecto físico empezaba a dejar mucho que desear. Sus piernas, antes fuertes y bien torneadas, semejaban dos palillos a punto de partirse por la mitad. Sus brazos, antes ligeramente musculosos, eran ahora puro hueso recubierto de un fino pellejo. Su culo se aplanó, al igual que sus tetas. Aunque lo peor fue el alargamiento de su cara, que nunca había sido excesivamente redondeada, dominada ahora por unos prominentes y angulosos pómulos y por dos grandes ojeras debajo de unos tristes ojos sin vida. Sí, parecía una anoréxica o un cadáver andante. Pero no le importaba. Prefería el odio a las lágrimas, porque éstas son un claro síntoma de debilidad y ella siempre se había considerado una mujer fuerte. Por eso se avergonzó tanto de aquel desmayo en mitad de la calle y más aún de que la tuvieran que hospitalizar. Pero lo que realmente hirió su autoestima fue enterarse de que tenía una úlcera sangrante. ¡Ella! ¡La fuerte! ¡La insensible! ¡La cerebral! ¡La racional! ¡Sólo los neuróticos tenían úlceras sangrantes! Y ella no era una neurótica. Intentó explicarle al sabelotodo del médico que debía tratarse de un error; pero, al parecer, las pruebas eran concluyentes. Es más, debía permanecer ingresada y su vida corría un serio peligro. Por supuesto el muy imbécil lo achacó todo a su estresante trabajo y le habló de la necesidad de cambiar de estilo de vida. ¿Había pensado en mudarse a una ciudad más pequeña y tranquila? Y bla, bla, bla, bla, bla. Pero ella hacía rato que había desconectado. Estaba demasiado ocupada convenciéndose a sí misma de que esto no tenía nada que ver con Marcos. Seguro que había algún antecedente de úlceras sangrantes en su familia. Sí, debía tratarse de algo genético y hereditario, porque ella ya no estaba enamorada de Marcos. Estaba segura, porque cuando pensaba en él...¡Dios! Un agudo pinchazo le atravesó el abdomen y la oscuridad comenzó a envolverla.

1 comentario:

Nelo dijo...

trates o no de determinar los síntomas, el relato está plagado de ellos. es todo sintomático lo que planteas. úlcera, ojeras, inanición, lágrimas.. yo no sé qué te hace el odio, o el amor, no sé, ni siquiera podría determinarlos. no sé, me dejas en ascuas.