domingo, 29 de junio de 2008

Tu gélido silencio


Un buen día desapareciste y todavía no entiendo muy bien por qué. De repente, cesaron tus llamadas, tus mensajitos a medianoche, tus mails y tus comentarios. Al principio pensé que era normal. Tenías demasiado trabajo, demasiados compromisos, demasiadas cosas pendientes. Pero los días transcurrían sin tener noticias tuyas y comencé a preocuparme. ¿Estarías bien? ¿Te habría pasado algo? Cada vez que trataba de ponerme en contacto contigo, un infinito silencio era tu única respuesta. Le pregunté a tus amigos, pero ellos tampoco sabían nada de ti. Noruega es un país seguro, no puede haberle pasado nada grave, me repetía una y otra vez. Finalmente recibí noticias tuyas, una escueta carta en la que me pedías espacio y tiempo. Estabas pasando una mala época. Otra crisis existencial, según pude leer entre líneas. Haberte alejado de tu país, de tu familia y de tus amigos no te había bastado. Necesitabas una desconexión total, no sabías durante cuánto tiempo. Eso sí, aún te quedaba una pizca de humanidad dentro de ti y te habías dignado a enviarme una foto de Bergen nevado, junto con un bonito dibujo a carboncillo que reproducía la misma imagen. Los colgué en el corcho de mi cuarto y los contemplé durante largo rato. Casi podía sentir tu gélido silencio por encima de las blancas copas de los altos árboles. Volví a leer todos y cada uno de los libros de Jostein Gaarder, sólo para estar cerca de ti. Pero me quedé atrapada en sus pensamientos filosóficos y comencé a recordar mis propias crisis existenciales. Sabía perfectamente que estabas deprimido porque no habías hallado lo que esperabas cuando te marchaste al país de los fiordos. Claro que es difícil encontrar algo cuando no sabes muy bien qué es lo que estás buscando. Las imágenes de Bergen eran lo primero que veían mis ojos al despertar cada mañana y, cuando el insomnio se apoderaba de mí, comencé a contemplarlas de manera obsesiva, buscando un pedacito de ti en medio de aquel solitario paisaje, intentando comprender la auténtica razón de tu silencio. ¿Acaso yo no podía ayudarte? ¿Acaso no era lo suficientemente sensible como para comprender tu alma de artista atormentado? A cada minuto tenía que intentar vencer las ansias de llamarte o escribirte. Finalmente, en el colmo de mi desesperación, me compré tres guías de Noruega que comencé a devorar ávidamente. Necesitaba conocer aquello que tú podrías llegar a conocer, visionar los lugares que podías decidir visitar, comprender las costumbres de tus vecinos. Pero tu silencio amenazaba con perpetuarse y no hallaba la forma de vencerlo. Una noche, mientras mis pupilas intentaban captar todos y cada uno de los detalles de aquel dibujo y aquella fotografía, un escalofrío recorrió mi espalda y la certeza de que jamás volverías a hablarme se apoderó de mí. Me levanté de la cama, cogí aquellas dos malditas imágenes y, tras un leve titubeo, las partí en cuatro trozos y las tiré a la basura. También escondí los libros de Jostein Gaarder y las guías de Noruega en lo más profundo de una de mis estanterías y me decidí a continuar con mi vida.
Tres años han pasado y tu silencio no se ha roto ni espero que lo haga. Aún así, no fui capaz de deshacerme de los últimos pedazos que me quedaban de ti. Dos horas después de haberlos tirado a la basura volví a levantarme de la cama y rescaté las rotas imágenes. No me resultó difícil recomponerlas y acabé guardándolas dentro de "La joven de las naranjas", no sé muy bien por qué; quizá porque es un libro que habla del amor y de las casualidades y nuestra historia estaba llena de ambos antes de tu marcha. Todavía las contemplo en mis largas y solitarias noches y un escalofrío sigue recorriendo mi columna vertebral cuando tu gélido silencio comienza a retumbar en mis oídos. Y sueño con ir a buscarte a Bergen, aunque sé de sobra que lo más probable es que ya no estés allí. Y recuerdo tu peculiar forma de moverte mientras bailabas "Blankest year". ¿Alguna vez volveremos a bailarla juntos? Y tu gélido silencio continúa sin responder. Y escucho a Elliot Smith. Y tu gélido silencio continúa envolviéndome y me impide respirar.



4 comentarios:

anselmo dijo...

Mierda, como nos podemos sentir identificados con esa historia

Laura dijo...

Estoy con Anselmo. Cambian las situaciones, pero la sensación es la misma. Y el silencio. Saludos.

Paco dijo...

yo lo tengo claro... adios, pues adios... y que le den morcillas.

saludos

Caramelo dijo...

Fría entrada para una tarde calurosa de verano, frío como debe estar tu corazón tras su gélido silencio.
Preciosas aunque tristes palabras.