lunes, 3 de enero de 2011

La carrera

Me dueles como nunca nadie me ha dolido. Me sangras por cada poro de mi piel. Te sudo cada vez que echo a correr, como un perro fiel, que busca a su dueño cuando comienza a anochecer. Te huelo sin querer, aunque no te pueda ver. Vomito las letras de tu nombre dispersándolas a lo largo de frases carentes de sentido o contenido. Te dibujo en el aire con la punta de mi nariz, escarchada por el frío sucesor del estío. Tu sombra marchitada en la maceta que nunca fue regada. Alfileres ensartados en mis venas, marcando el recorrido de tus huellas dactilares, los caminos aprendidos y olvidados, los ríos desbordados y achicados, las fuentes que brotaron y se secaron. La tierra de mi epidermis permanece baldía desde que tus dientes decidieron labrar otros cuerpos y me arrodillo y clamo al cielo, pero ni relámpago ni trueno reactivan mi corazón. Mátame por compasión, sácame de esta lúgubre prisión, apaga el último rescoldo de nuestra extinta relación, acaba con toda esperanza de salvación, de redención, de reconfortante perdón.

No hay comentarios: